Cuando Mi Ala Rompió las Nubes

Nunca pensé convertirme en un ‘dios del cielo.’ Crecí en Brooklyn con una madre artista china y un padre programador irlandés. Aprendí temprano que la belleza vive en los márgenes, no en los premios. Cuando mi primer vuelo en Aviator Game falló —un glitch que sentía más como caída que como vuelo—permanecí allí treinta minutos. Sin ira. Sin codicia. Solo silencio. El RTP? 97%. La volatilidad? Alto riesgo. Pero elegí apuestas bajas: BRL 1 por giro. Sin trucos. Sin predicciones. Solo yo, la pantalla, y la lenta ascensión de las nubes fuera de mi balcón a medianoche. Empecé a llamarlo ‘Skyward Drift’ —no porque gané, sino porque sentí algo real. En esos momentos silenciosos entre giros, escuché la voz de mi padre: ‘Un buen código no arregla tu dolor —te da espacio.’ Y las pinturas de mi madre en la pared? No eran sobre color —eran sobre quietud. Me uní a una pequeña comunidad que también había perdido demasiado —y siguió jugando igualmente. No publicamos capturas de jackpots. Publicamos capturas de respiraciones antes de presionar ‘despegar’. El año pasado, durante el Carnaval de Río, jugué veinte minutos cada noche —no para ganar BRL 200 —sino para recordar lo que se siente al elegir paz sobre ganancia. El cielo no estaba sobre mí. Estaba dentro de mí todo el tiempo. No necesitas un hack para volar más alto. Solo necesitas coraje: caer… y luego volver a presionar jugar.